El alcohol es la droga que más daño causa a la sociedad, afirma el estudio. La investigación estudió 20 drogas y sustancias de abuso y comparó sus efectos tanto en el individuo como en la sociedad. Según el estudio, las drogas más dañinas para el individuo son la heroína, el crack y la metanfetamina.
Hay signos claros de finitud, de agotamiento en el planeta. Y solo hay un responsable de este agotamiento: el Homo Sapiens. Quiero recordar aquí nuevamente la reflexión de Kant sobre el ser humano “con un leño tan torcido como aquel del que ha sido hecho el ser humano, no se puede forjar nada que sea completamente recto” ¿Pesimismo antropológico? Quizás, pero sobre todo realismo antropológico. Basta una breve mirada a la acción del hombre durante el siglo XX para comprender en qué medida se han manifestado y llevado a cabo los “vicios capitales” enunciados por Tomás de Aquino. Estábamos hablando de exceso. Pues bien, quiero tratar en este breve escrito la primera consecuencia de esa terrible propiedad humana. Y eso es la codicia y su hermana gemela, la codicia. La codicia es el deseo o deseo desmesurado de poseer riquezas, bienes, posesiones u objetos de valor abstracto y concreto con la intención de atesorarlos para uno mismo, mucho más allá de las cantidades necesarias para la supervivencia básica y la comodidad personal. El término se aplica a un deseo excesivo por la búsqueda de riqueza, placer, estatus y poder. La codicia, por su parte, es el deseo desmedido de riquezas o personas, para su aprovechamiento ilegal, desmedido y/o criminalmente lucrativo. También es aplicable en situaciones donde la persona experimenta la necesidad de sentirse por encima de los demás desde un punto de vista relacionado con el poder, la influencia política, el esplendor social, la ostentación, el éxito económico, sexual y en cualquier otra forma imaginable. , incluso permitiéndose, en un obsceno alarde de cinismo, dar lecciones de supuesta probidad moral. La codicia y la codicia generan deslealtad, traición deliberada -sobre todo para el beneficio personal- como es el caso de ser sobornado o exigir la recompensa ilícita antes de que ocurran los hechos. Es también la búsqueda y acumulación de dinero, objetos y posesiones de toda clase (incluidas las personas) mediante el abuso de poder de cualquier clase, estafa, robo, secuestro y agresión en todas sus variedades imaginables. Todo ello utilizando el engaño, el poder económico y político, los diversos mecanismos de presión, manipulación, tergiversación o descalificación de las leyes que estorben, atropellando o engañando a las autoridades íntegras y todo lo que pueda quedar limpio del tejido social y económico de la sociedad. Si algo se interpone en el camino de la codicia humana, simplemente hay que cambiarlo o destruirlo. En todas las épocas Ciertamente, la codicia siempre ha existido como elemento inseparable del Homo Sapiens. Si estudiamos esta desafortunada propiedad de nuestro linaje Cainita desde las primeras civilizaciones hasta el siglo XX, detectamos su presencia e influencia en la acción humana a nivel personal o colectivo en todo momento. Ciertamente, los avances tecnológicos han proporcionado herramientas fundamentales para que la codicia logre objetivos más amplios. Han refinado y ampliado simultáneamente sus métodos de actuación. No soy para nada tecnófobo como verás en los diversos artículos que ya he planeado.
Más bien creo que la configuración moral del hombre nuevo y la salvación de nuestro hogar, la Tierra, residen en un buen y amplio uso de la tecnociencia. Sin embargo, cuando la tecnociencia se sustrae del ámbito del progreso para el bien y se utiliza con fines inescrupulosos, es decir, egocéntricos, codiciosos o de poder, inevitablemente se convierte en un elemento auxiliar pero decisivo para hacer el mal conscientemente. Schopenhauer, un filósofo fundamental y, por cierto, un hispanófilo declarado, con quien me identifico en algunos aspectos importantes, introdujo un razonamiento que se deriva de la división de Epicuro sobre las necesidades (o placeres) humanos: las posesiones y el lujo deben contarse entre aquellos que no son «ni naturales ni necesarios». En efecto, el límite de la riqueza que se desea depende del horizonte de necesidades de cada uno y siempre es relativo. Las aspiraciones dependen del horizonte de lo que se considera posible lograr, y además Schopenhauer agrega la frase que quiero resaltar: “la riqueza es como el agua salada: cuanto más se bebe, más sed se tiene. Lo mismo ocurre con la fama” (1). Una reflexión para enmarcar que hace años, alguien muy codicioso, quiso que yo simpatizara con ella, aunque lo dijo con mucha más crudeza. Me puso triste y disgustado. Y Schopenhauer razonó que la razón por la cual los hombres siempre desean más dinero, incluso poder, es deseada, según Schopenhauer, por la riqueza a la que conduce. Corrupción del espíritu En un interesante y acertado artículo publicado en el diario El País el 6 de junio de 2010, titulado «Anatomía de la codicia», el filósofo y ensayista Borja Vilaseca (2) se pregunta «¿Qué motiva a un hombre que la tiene?» todo para querer mas? ¿Por qué tantas personas se vuelven corruptas, malas y malvadas cuando llegan al poder? Vilaseca establece que, según la opinión de muchos psicólogos, los casos más conocidos de corrupción por avaricia representan la punta del iceberg de uno de los dramas contemporáneos más extendidos en la sociedad: la corrupción del espíritu “Y es que, para cometer actos corruptos, primero debemos habernos corrompido interiormente, lo que implica marginar nuestros valores éticos esenciales -como la integridad, la honestidad, la generosidad y el altruismo en beneficio de nuestro propio interés” Esta posición de Vilaseca coincide, a mi juicio, con la tradicional moral occidental de raíces judeocristianas, que seguía guiándose en esta cuestión, al menos formalmente, por el décimo mandamiento de las llamadas Tablas de la Ley, «No codiciarás los bienes ajenos». Sin embargo, el paso de los siglos y las adaptaciones culturales han desfasado su vigencia formal y efectiva. Hoy, paradójicamente, la codicia no es algo que, en el fondo, esté mal visto. Con frecuencia, es al contrario: muchos apelan a ella como remedio a la pobreza. Bueno, dicen: ¿quién no busca su propio beneficio? La codicia, como la codicia -que como ya hemos dicho vienen a ser lo mismo, pero con afán de atesorar-, son términos que no se escuchan, no están de moda. Y sé que cuando una palabra sale del circuito natural de la comunicación humana, el concepto que la acompaña también se distorsiona. Y si se mantiene su significado original, se buscan formas de distorsionar los significados. Por lo tanto, se hacen esfuerzos para cambiar los términos con el fin de cambiar lo que significan. Los conceptos van con las palabras. Con esto, unos calman su conciencia y otros tratan de adaptar la realidad a sus intereses. La corrupción política se refiere al mal uso del poder público para obtener una ventaja ilegítima, generalmente en secreto y en privado. El término opuesto para la corrupción política es transparencia. Según Hernández Gómez (3), la corrupción se define como “toda violación y/o acto desviado, de cualquier naturaleza, con fines económicos o no, causado por la acción u omisión de los deberes institucionales, de quienes deben velar por el cumplimiento de los fines de la administración pública y que en cambio los impida, dilate o dificulte”. Por ello se puede hablar del nivel de corrupción o transparencia de un Estado legítimo.